Vamos, si como sea esa avenida es invadida cotidianamente por grupos de manifestantes, y al gobernador de la ciudad aquello de sus bailables masivos de XV años, playas artificiales, pistas de hielo y paseos dominicales en bicicleta le han rendido amplios réditos políticos, ¿por qué no hacer lo mismo?
Más aún, teniendo instalaciones deportivas (en deplorable estado, pero ahí están) como la Ciudad de los Deportes, el Canal de Cuemanco, el CDOM, bueno, ¡coño!, haciéndose necesario utilizar unas de nivel incluso las de la UNAM, ¿por qué no dispendiar pródigamente unos $60 millones de pesos (que contra los supuestos $20 millones de pesos de patrocinios quedan en $40 millones de pesos netos) en montar por tan sólo 2 días ese pequeño complejo y traer a destacados atletas a hacer el tío lolo en pleno Paseo de la Reforma?
Y todo ello mientras la Ciudad de México está por los suelos en la tabla del índice que mide la relación entre espacio recreativo y población, mismo que es indicativo del bienestar de las personas. Esos recursos hubieran valido de más invertidos en remozar las instalaciones deportivas existentes, o mejor aún en construir nuevas.
Sea como fuere, la más elemental lógica reta la idea de organizar un festival olímpico con motivo del bicentenario de la independencia de México; esa gesta fue iniciada en 1810, mientras que los juegos olímpicos modernos fueron instituidos en 1896. No conozco sus biografías tanto como para saber si los Insurgentes practicaban deportes, pero en el mejor de los casos podría pensarse que los militares de carrera hubieran practicado por oficio, no por ocio, disciplinas como el tiro, la esgrima, la equitación, la arquería o la lucha, que siguen vigentes.
Pero fuera de ello no se observa nada que justifique la soberbia estupidez de volver a entorpecer la vida de la capital de México cerrando su principal vialidad para celebrar con una gesta deportiva el inicio de la gesta de independencia. En cualquier caso, ¿qué el festival deportivo aquí no se hacía el 20 de noviembre?
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