Maite Reyes Retana
Los Legionarios de Cristo, a través de un mediático mea culpa, aceptaron lo que ya todos sabíamos: que Marcial Maciel sí había abusado de menores, incluidos sus hijos. Pidieron perdón, y creen que ya con eso es suficiente.
Difícil creer en el arrepentimiento actual de los Legionarios cuando, durante años, callaron ante las evidencias. Es mucho más fácil salir hoy, con el líder muerto, a pedir perdón, que enfrentarse a él y denunciarlo.
“Habíamos pensado y esperado que las acusaciones presentadas contra nuestro fundador fuesen falsas e infundadas… —dice el comunicado de Álvaro Corcuera, director de los Legionarios de Cristo—... Profundamente consternados debemos decir que estos hechos sucedieron.”
Pedir perdón no es suficiente porque, aunque la jerarquía católica siempre ha pretendido vivir en un mundo aparte, lo que hizo Maciel es un delito, no solamente un pecado. Un delito grave además, que se paga con cárcel. Y todos los que lo encubrieron son culpables de complicidad, y eso no se soluciona pidiendo perdón.
Los abusos cometidos por la Iglesia Católica en muchos países son síntoma no solamente de descomposición al interior de la institución, sino de la impunidad con la que siempre han vivido al interior de los Estados. No puede existir, en las democracias modernas, un estado dentro del estado, que se dé sus propias reglas y establezca sus propios castigos.
Los gobiernos, supuestos detentadores de la fuerza, deben cumplir y hacer cumplir la ley a todos sus gobernados, sean estos jerarcas católicos o civiles.
En México las autoridades parecen haber abdicado de esta responsabilidad. Nadie se mete con los líderes de la Iglesia, como no hay quien se atreva a juzgar a los militares que cometen violaciones a los derechos humanos.
Alguien me dijo alguna vez que la Primera Guerra Mundial había sido un conflicto de caballeros, porque se había luchado en las trincheras. La Segunda Guerra Mundial, en cambio, sigue siendo una vergüenza para la humanidad porque la mayoría de los muertos fueron civiles.
La guerra contra el narco ya pasó un límite que nunca debió haber pasado: hay niños y jóvenes asesinados, no se sabe si por las bandas del crimen organizado o por los militares. La Iglesia Católica también cruzó ese límite, pero nadie se hace responsable de los crímenes cometidos, y eso es inaceptable. Si un gobierno no es capaz de proteger a la población civil, a los niños, de que sirve?
martes, 30 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario