lunes, 14 de septiembre de 2009

La Solución: ¡El Impuesto a la Gordura!



Recién acabo de escuchar una idea que podría solventar el "boquete fiscal" que Agustín Carstens busca tapar elevando los impuestos existentes y creando nuevos, como la susodicha "contribución para el combate a la pobreza".


Y no se trata de hacerle como Santa Anna, imponiendo tributos por mascotas y ventanas. El remedio mágico consistiría en imponer un impuesto progresivo a la gordura y la obesidad. Los genios que me contaron de esta brillante idea, uno economista y otro fiscalista, sostienen que tal gravamen cumpliría a cabalidad con los principios de proporcionalidad y equidad tributaria, además de resolver muchos problemas de políticas públicas.


Para empezar, es representativo del poder económico del contribuyente, porque quien de hecho come más puede, al menos en teoría, pagar más impuesto, y por contra quien come menos por tener menos dinero para subsistir pagaría menos, o en todo caso la ropa para gente obesa es más cara que la ropa para gente delgada (porque obviamente se usa más material para, digamos la guayabera que el Dr. Cárstens se lleva a la convención de banqueros en Acapulco que para la de uno). Quien no tuviera para comer estaría, obvio, exento del impuesto, al igual que quien compre con la ayuda que se da a los adultos mayores, Oportunidades y demás programas asistenciales gubernamentales. En tal sentido es proporcional y además progresivo; quien come demás, paga más.


Además puede usarse para atajar al gravísimo problema de obesidad que enfrenta México, ya superado en población obesa tan sólo por los EE.UU.A. La más elemental lógica económica y financiera enseña que históricamente gravar un determinado producto o actividad desincentiva su producción o realización, y de esa manera si estar obeso saliera más caro, se motivaría a la gente a perder peso (mucho más efectivamente que con la estupidez de la campaña "Actívate" que promovieron el año pasado).



Igualmente se podría desincentivar el consumo de alimentos engordantes, como fast-food, golosinas y demás imponiéndoles este tributo. Naturalmente habría que exentar a ciertos alimentos emblemáticos de la gastronomía mexica: algunos de la familia de la "vitamina T" (tacos, tamales, tortas), pero no así las "gorditas" (que son como tapones vasculares) y otros iguamente indeseables.


Al motivar a la gente a evitar y combatir su sobrepeso, se generarían importantes ahorros en el sistema de salud pública, por la reducción de casos de padecimientos cardio-vasculares asociados a la gordura, como la diabetes, hipertensión, etc., pero habría que contemplar multas a quienes incurran voluntariamente en la anorexia y bulimia. Además, ahora que el agua escasea, si la gente estuviera delgada se lograría eficientar el consumo de la misma, puesto que tal y como no es igual el gasto de agua necesario para lavar una camioneta que para un auto compacto, obviamente se gasta más agua en la ducha de una persona que por gordura pese 120 kgs. que en el de una que esté en su peso ideal de 60 o 70 kgs.


Pensemos en un impuesto con una tarifa anual de $100.00 M.N./Kg. de más que pese una persona respecto de su peso médicamente idóneo. Así como se presenta declaración anual en los primeros meses del año, habría que acudir a una institución de salud pública a ser pesado para determinar el monto impuesto a pagar; naturalmente aquí no sería aplciable lo que los fiscalistas llaman "autodeterminación", que consiste en que el contribuyente mismo calcule cuánto le toca pagar por qué impuestos, especialmente en ciertos sectores demográficos, como las damas, quienes suelen ocultar su verdadero peso.


Con lo recaudado se podrían financiar programas para mejorar la alimentación de los mexicanos que padezcan hambre y desnutrición; eso sí sería justicia redistributiva bien aplicada. Naturalmente habría que prever un régimen de excepción para casos de padecimientos de tiroides u otras condiciones médicas que descadenasen el sobrepeso excesivo, pero con esas salvedades el gravamen a la lonja probablemente sería la salvación para el erario nacional. Nada más que mucho cuidado: la delgadez por el ejercicio regular (que podría determinarse fácilmente por la medición de la masa muscular y frecuencia cardiaca) no debería ser considerada como evasión, sino incluso materia de un estímulo fiscal en forma de subsidio de la tarifa del gimnasio o provision de equipo deportivo.

¿O no es como para Premio Nóbel de Economía? Se les deja para que lo analicen. Y si la idea de estas personas no les gustó, aquí están algunas sugerencias más: http://www.chilango.com/chilangoteca/ver/910/impuestos-que-deben-existir

2 comentarios:

  1. Rosco:

    Con un impuesto a la estupidez de las mexicanas y los mexicanos se podría recaudar muchísimo más que con el impuesto a la gordura. Debido a que la base gravable se ampliara a practicamente todas y todos ya sean skeletons, flacos, en su peso, medio pasados, obesos y con obesidad mórbida.

    Por cada estupidez que hagan los connacionales se les cobraría un impuesto y así habría una recaudación de casi el 50% del PIB.

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  2. El problema es que la estupidez es algo bastante subjetivo de medir, salvo en sus casos más obvios; en cambio el sobrepeso tiene parámetros específicos para su determinación.

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